sábado, 14 de agosto de 2010

El Decadentismo en México

Hacia el fin de siglo XIX y con una evidente influencia francesa, las temáticas de prosa y poesía de algunos escritores comienzan a acusar una atracción hacia lo históricamente considerado repulsivo y un gusto por la ambigüedad. El refinamiento convive con el tremendismo, la maldición con la serenidad, el pudor con la sensualidad –características decadentistas que son la síntesis de lo divino y lo diabólico. Se vuelve atractiva la idea de perversidad, la presencia de estimulantes en dosis cada vez mayores, tanto en las temáticas que profanan lo sacro –atrae todo aquello que parezca escatológico– como en el consumo de alcohol y drogas; crece la necesidad de buscar mayor versatilidad en lo sexual y se busca mayor deleite en un sabor de artificio e histeria.
Las anteriores características que señala Mario Praz en La carne, la muerte y el diablo en la literatura romántica, son las que adoptan los jóvenes escritores mexicanos, que en la última década del XIX, se darán a conocer como “decadentistas”. Entre ellos, podemos mencionar tanto a poetas como prosistas, pues ambos géneros serán los vehículos preferidos por los “decadentes”: José Juan Tablada, Balbino Dávalos, Amado Nervo, Ciro B. Ceballos, Bernardo Couto Castillo, Alberto Leduc, Francisco M. de Olaguíbel, etcétera, además del dibujante Julio Ruelas, quien en el campo de las artes plásticas expresa lo que aquellos en literatura.
Una ruidosa polémica ocurrida en 1892 pone en el centro de atención a algunos de ellos; disputa debida a la publicación de “Misa Negra” por José Juan Tablada, y su pronta censura; pero las polémicas continúan durante la última década del XIX e incluso los primeros años del siglo XX y se alzan, en ataque y defensa, cada vez que los temas tabúes son tratados por el decadentismo. Salado Álvarez, Primitivo Rivera, Pantaleón Tovar, Atenodoro Monroy, entre otros, de un lado; Tablada, Nervo, Olaguíbel, Ceballos, Urueta, Dávalos, Leduc e incluso Jesús E. Valenzuela de otro.[1]
Amado Nervo causa amplia polémica en 1895 con su cuento El bachiller donde el protagonista se castra para no sucumbir a la tentación; posteriormente publicará su poema “Andrógino”; Díaz Mirón escribe en 1900 acerca de una mujer fatal: en “Cleopatra” el erotismo sólo es comparable con los sonetos de Caro Victrix que publicará Rebolledo en 1916.
Mario Praz, hace notar que, si durante la primera mitad del siglo, en la literatura europea, la “llama que atrae y calcina” fue ejercida por el hombre fatal (el héroe byroniano), hacia la segunda mitad será la mujer fatal quien ejerza esa tensión y, a la postre, el andrógino. En México esa atención hacia la mujer fatal se acentúa a partir de la última década del XIX y durante las primeras décadas del XX, a la par de espectáculos como las “tandas” o bailarinas en el cine. En prosa, Salamandra es el ejemplo paradigmático del tema.
La fascinación que en un grupo de escritores mexicanos produjeron los temas de la literatura francesa de la segunda mitad del siglo XIX es un hecho que se encuentra documentado por ellos mismos, y que podemos también conocer a través de la propia selección de textos que gustaban de traducir los jóvenes que durante la última década del XIX conoceremos como «decadentes».
Aunque el término «decadente» traerá consigo controversia, no sólo por parte de los académicos, sino dentro del propio grupo de escritores empáticos con la nueva sensibilidad literaria,[2] Balbino Dávalos explica en un capítulo publicado de sus Memorias, lo que para ellos significó el término. Como puede colegirse de las líneas siguientes, el apelativo «decadente» puede haber sido sugerido por el propio Dávalos, quizás en la velada del 7 de enero de 1893:
En suma, me declaré o más bien, nos declaramos decadentistas, nada a sabiendas, sino meramente al tanteo [...] Pero eso sí, seguimos presentándonos airosamente decadentistas a las volandas y sin ton ni son [...] Por aquel tiempo desarrollábase en Francia el entusiasta torbellino del simbolismo literario. Y nosotros, los alborotados muchachos del momento, enardecidos por Tablada, agitado agitador del grupo, esperábamos a diario, atónitos y babicaídos, la marejada mental que nos venía de Francia. Y por chiripa, me tocó ser quien se percatara de un percance casual. Ese proceder simbolista creó en el sensacionalismo intelectual de París, por una parte, aprecio, simpatía y aún apasionamiento; pero mucho resabio, desdén o fisga de parte de los más, y nació en tono de mofa, qué sabemos de dónde, la denominación de “decadentes” para quienes enarbolaban en su flamante pabellón la enseña de simbolistas. Y éstos aceptaron con despreciativa altivez el mote:
“–Sí, llamémonos decadentes como ustedes lo quieren; no porque nos asemejemos a los decadentes del Imperio Romano, sino porque, de la decadencia actual, llevaremos de hoy en adelante el decaído arte de ustedes en ascendencia triunfal y gloriosa al porvenir”
Y ¿cómo nuestra juventud no se dejaría arder en tal llamarada?[3]

Respecto al “espíritu artístico”, se puede calificar como “decadentismo ascensionista” el que retoman y recrean los escritores mexicanos, que además los une a un movimiento estético internacional, principalmente francés e inglés, que habrá de allanar el camino hacia la libertad literaria; libertad en cuanto a temas, lenguaje, técnicas, etcétera; libertad que causa polémicas con la mojigatería nacional. En cuanto al “espíritu”, a secas, algunos de ellos vivieron un decadentismo nada ascensionista, que los llevó a la muerte: Bernardo Couto, Julio Ruelas, Alberto Leduc, Antenor Lescano, etcétera; a los tres primeros Rubén M. Campos los nombra “víctimas del bar”[4] precisamente en alusión a esa idea de que los “paraísos artificiales” per se transformarían artísticas sus producciones:
Incapaces de discernir el artificio en la descarriada moral del gran poeta, fuimos más sinceros que él y desastrosamente intentamos normar no sólo nuestra vida literaria, sino también la íntima, por sus máximas disolventes creyendo que Baudelaire hubiera llamado a alcoholes, drogas y estupefacientes “Los paraísos artificiales” iluminó las vulgares tabernas con esplendores de apoteosis luciferiana y las transformó, a nuestros ojos, en templos para la misteriosa iniciación artística.[5]
Como ya se comentó, el 7 de enero de 1893, aquel grupo se reunió en una velada donde se leyeron poemas, se habló de la literatura y se discutió la necesidad de crear una revista que se llamaría –como en efecto sucedió, aunque un lustro después– Revista Moderna, que serviría para publicar libremente sus producciones. Balbino Dávalos refiere que en aquella ocasión leyó el poema “Preludio” que fue recibido con aclamaciones y donde él mismo, más tarde, reconoce la influencia no consciente –casi plagio, declara– de un poema de Gautier. Aquel poema de Dávalos donde habla de musas histéricas acompañó al día siguiente de la velada, la publicación de “Misa negra” en El País.
La publicación, principalmente de “Misa negra”, atrajo para el incipiente grupo literario la atención de los sectores más conservadores, abanderados por la propia esposa del Presidente, Carmen Romero Rubio –al parecer influida por Rosendo Pineda– a cuyas instancias El País hubo de anunciar que no se publicarían en adelante poemas de esa nueva sensibilidad, si bien estética, contraria al medio cultural nacional.
Las controversias entre Académicos y “Decadentistas” se ventilaron en distintos periódicos desde entonces, cuando Tablada, junto con sus compañeros redactores de la sección literaria de El País: Dávalos, Leduc y Olaguíbel, abandonaron el periódico. En la carta que publicó Tablada anunciando su salida, plantea la necesidad de luchar por mantener en alto su principio estético; defiende al decadentismo como la única escuela para el artista moderno, y dice que ésta consiste “en el refinamiento de un espíritu que huye de los lugares comunes y erige dios de sus altares a un ideal estético”.[6] Entonces comenzaron una serie de cartas públicas, donde diferentes escritores y críticos se unían o disentían del “decadentismo”, ya por sus objetivos estéticos, ya por la simple denominación.
Fueron, en efecto, un grupo que compartía cierta afinidad psicológica, lecturas similares y un mismo deseo de retar a la Academia y renovar el lenguaje y las formas literarias. Ciro B. Ceballos recuerda esa pugna contra la Academia:
Formábamos un grupo vinculado no propiamente por la identidad de las convicciones artísticas, sino por la fraternidad psicológica [...] Odio africano los académicos, odio a los preceptistas, odio a los romanticismos, odio a los literatos del pasado, odio a los rimadores populares, esa era la inscrita divisa en la bandera de intolerancia de nuestro fanatismo “modernista”[...] Los “prominentes”, las “momias”, los “viejos” en suma, nos abominaron con toda su alma, como era lo natural, pues no halagábamos sus estúpidas vanidades de proyectos, ni admirábamos sus seniles obras “maestras”, ni teníamos consideración alguna a su vejez, sino antes bien, nos burlábamos de su baba, en sus barbas, de una manera inicua, llenando de lodo sus académicas veneras de hojalata, sus laureles de papelillo dorado con bellotas de cartón.[7]
En tanto que el poema de Tablada celebraba con imágenes el cuerpo femenino, ese mismo domingo, Dávalos publica “Preludio”, poema leído en la velada de la noche anterior y en el que se refiere expresamente al “espíritu decadente”; las dos últimas estrofas dicen así:
Oh mi neurótica Ariana,
arrójeme tu histerismo
al abismo
de tus brazos de liana
Que el éxtasis reverente
de los profanos no tarda;
ya lo aguarda
mi espíritu decadente.
La polémica que trajo consigo la censura, despido y huída en bandada de aquellos escritores, por la supresión de la escuela decadentista de las páginas del periódico dividió en adelante, a la crítica literaria, en dos: Académicos versus Decadentes.
Más allá de la denominación, pueden encontrarse características que definen esa nueva estética por la que estos jóvenes pugnaban. Temas, técnicas, recursos literarios que los distancia, en un principio, de la “nacionalista” generación anterior, pero que es al mismo tiempo una estética ecléctica y tiene como fin la renovación del lenguaje y de la literatura en general.
Pocos poemas sintetizan tan claramente el cambio de sensibilidad que el modernismo trajo consigo como “Amor moderno”, poema que Francisco Modesto de Olaguíbel publicó en 1897, a sus 23 años, en aquel polémico libro Oro y negro.
No castas hermosuras ni rostros de princesa,
Ni ojos donde brille la luz de la ilusión.
Satánicas beldades, perfiles de faunesa,
Y trágicas pupilas de ángel en rebelión.
No bocas ideales de sonrosada fresa
En donde tiemble el ósculo gentil de la pasión.
Boca sensual y lúbrica que muerde cuando besa
Con labios encendidos, –flores de tentación–
Amores ardorosos, vibrantes y soberbios
De donde brote el canto sonoro de los nervios,
–Hechos de fibra y fósforo, de médula y de luz–
Y sea nuestra musa como un súcubo pálido
Que ahogue nuestras vidas entre su abrazo cálido
Mientras sucumbe el Sueño clavado en una cruz.[8]
La sensibilidad de un movimiento autodenominado “Decadente” –aunque hacia 1898 desdeña tal nombre para adoptar el más inclusivo de “Modernista”– encuentra una de sus expresiones más originales en un personaje-tema: La femme fatal, mujer perversa, vampiresa capaz de enloquecer a los hombres. Sin embargo, no sólo es el tema novedoso entre los decadentes, sino también la presencia de paraísos artificiales, la relación entre literatura y artes plásticas, el acercamiento y unión de lo considerado divino con lo diabólico pues las características de los decadentes son tanto psicológicas como propiamente literarias:
El fenómeno del arte decadentista engloba características como subjetivismo artístico-valorativo, ponderación de lo artificial sobre lo natural, exclusivismo estético, énfasis en la forma, erudición, exotismo, oscuridad de los significados cuya efectividad se basa en una imaginería de uso restringido, si no estrictamente personal, profanación erótica de lo sagrado. Además de lo relativo al arte, el término vale para la designación de actitudes vitales, de estados de ánimo, de costumbres, de orientación sexual, de maneras de vestir, etcétera. Así, el decadentismo llega a valer por tedio, uso de drogas, homosexualidad, neurosis, abulia, frivolidad, eclecticismo.[9]
Estas dos facetas, la psicológica y la formal, explican la ambigüedad que el término llegó a tener, sobre todo por la discusión acerca de la existencia o no de un decadentismo en México.[10] Como ya se ha dicho, aunque el término fue tal vez adquirido por un juvenil entusiasmo, veremos cómo, tanto sus características psicológicas como formales, están presentes en la bohemia literaria mexicana.
El uso de drogas, estimulantes, ajenjo y el abuso de bebidas alcohólicas viene de la influencia de Baudelaire y el modo de vida francés desde mediados del XIX. En México, en las últimas dos décadas decimonónicas, la mayoría de escritores probaron alguno de estos que llamaron “paraísos artificiales” e incluso tuvieron serios problemas al respecto. Esperanza Lara[11] refiere una intoxicación que sufrió Tablada en 1895 quien, “víctima de los paraísos artificiales es sometido a un tratamiento médico”; se basa en una crónica de Carlos Díaz Dufoo:
Nuestro exquisito artista... atraviesa hoy por dolorosa y aguda crisis: es un envenenado de Baudelaire, un iniciado en los misterios de esa vida de las drogas estimulantes de la imaginación; el éter, la morfina, el hashish, esos emboscados pérfidos de los sentidos, han hecho en él presa y le desgarran sin piedad. Ha sido preciso someter al refinado autor del “Ónix” a un tratamiento médico.[12]
Rubén M. Campos narra cómo el consumo de drogas y alcohol va acabando con la vida de los más “decadentes” del grupo, pues al hacer como centro de reunión distintos bares, hacen del consumo de estimulantes algo cotidiano, hasta que el bar va cobrando sus víctimas: Pancho Banuet, Bernardo Couto Castillo, quizás el más decadentista del grupo, murió en 1901 –a los 22 años– a causa de la vida de excesos que llevaba, Jesús E. Valenzuela, quien quedó apopléjico para morir pocos años después, Julio Ruelas, quien encontró la muerte en París en 1907 y Alberto Leduc. Ellos tenían conciencia del daño que consumían en una copa de ajenjo, en una dosis de bromuro, pero prefirieron continuar con ese modo de vida aprendido en la juventud como una auténtica bohemia:
Todos sabemos qué mal fatal llevamos con nosotros, que nos acecha, de cuando en cuando, piadosamente, nos da un aviso preventivo: lo presentimos, lo vemos venir, lo sentimos ya en nosotros, en nuestros entorpecimientos musculares, en nuestras cóleras sordas, en nuestro trágico despertar después de una orgía, en nuestra amnesia que nos hace olvidar todo como si cayera un telón entre el pasado y el presente, en nuestra acrimonia para los seres más queridos, en el pavor constante porque no sabemos qué peligro nos amenaza, en los insomnios que ya no nos dejan dormir como antes, en las paralizaciones dolorosas de las extremidades que se nos duermen y que no podemos mover al despertar...[13]
Lo anterior da cuenta del decadentismo psicológico, reflejado en su modo de vida, ligado al llamado mal du siècle. Ahora bien, dentro de las características temáticas, el decadentismo hace una exaltación de la perversidad femenina que parece sintetizar el espíritu que comienza a perfilarse en “Misa negra” y en algunas colaboraciones de la Revista Azul; pero si en esta última se propone a la poesía para definir el “misterio y la virginidad intacta”[14], los poetas decadentes añaden elementos de perversidad, exotismo y degeneración, escogiendo prototipos femeninos que sinteticen algo de divino y algo de diabólico; interesa sobremanera el destino fatal de la vampiresa, de la devoradora de hombres. La mujer decadentista es uno de los grandes temas de estos poetas que encontrarán en la Revista Moderna el espacio ideal para la expresión de esta nueva sensibilidad. En “Misa negra” encontramos esa característica de la literatura francesa considerada decadentista, que alude al “reverso del matrimonio sacramental. En ella el deseo se hace diabólico al convertirse en un fin y no –como fue instituido por el Cristianismo– en un medio de multiplicación.”[15]
Los escritores decadentistas de finales del XIX utilizan como tema y como personajes de cuento, poesía y novela, a mujeres consideradas símbolo de belleza fatal capaces de ser la perdición de un hombre: mujeres perversas, de almas ambiguamente puras y retorcidas, como Salomé, Cleopatra y otras diablesas. La mujer fatal representa la tensión decadentista entre el erotismo y la religión; es la obsesión entre dos aguijones: alma y carne; es también la expresión de una nueva sensibilidad de fin de siglo y, de alguna manera, va de la mano con el mal du siècle.
Otra característica, es la estrecha vinculación de la literatura decadente con las artes plásticas. El ejemplo paradigmático es la novela À Rebours, publicada en 1884, de Joris K. Huysmans,[16] –considerada Biblia de una estética decadente– el personaje Des Esseintes adquiere las dos obras maestras de Moreau: el cuadro Salomé y la acuarela L’Apparition. Pero también en El retrato de Dorian Gray de Wilde está presente esta asociación interdisciplinaria. En México, según se verá en el capítulo correspondiente, esta simbiosis se logró quizás con mayor acierto que en ningún otro lugar, en la Revista Moderna, entre los poetas y Julio Ruelas.
Sin embargo, salvo casos excepcionales como el de los estudios de Héctor Valdés,[17] no es sino muy recientemente que el decadentismo se empieza a estudiar como una fase del movimiento modernista, al menos en el caso de México. La bibliografía del decadentismo mexicano, por tanto, es reciente. ¿A qué se debió que se pasara por alto o incluso se negara el tema? Tal vez fue un afán de la crítica, por hacer del modernismo un movimiento auténticamente americano, en tanto el decadentismo –que quedaría como una de las fases iniciales del modernismo– desnuda la clara influencia francesa que, en realidad, no me parece que demerite la originalidad americana.

[1] Belem Clark de Lara y Ana Laura Zavala Díaz, “El modernismo mexicano a través de sus polémicas en La construcción del modernismo. (Antología)
[2] De las más consistentes, el texto “Hostia”, de Jesús Urueta, publicado en enero de 1893 en El País.
[3] “Primicias de las Memorias de don Balbino Dávalos” en Revista de revistas. El semanario nacional. Año XXVIII, Núm. 1472. (7 de agosto de 1938).
[4] En su fundamental libro de memorias El bar. La vida literaria de México en 1900.
[5] José Juan Tablada, La feria de la vida. Memorias, pp. 243-244.
[6] “Cuestión literaria: Decadentismo” en Esperanza Lara Velázquez, La iniciación poética de José Juan Tablada (1888-1899), p. 33.
[7] Ciro B. Ceballos, Panorama literario (1890-1910) ed. crítica Luz América Viveros Anaya, México, UNAM, 2006, Col. Al siglo XIX. Ida y regreso.
[8] Francisco Modesto de Olaguíbel, Oro y negro, p. 29.
[9] Christina Karageorgou-bastea, “El pragmatismo corpóreo de Tablada” en Literatura mexicana del otro fin de siglo, p.36
[10] Basta decir que aunque para muchos es evidente la existencia de un decadentismo en México, hay quien considera el hecho como la existencia de un “bebé con barbas”. Se le ha considerado en el peor de los casos como “una quimera frívola, un error de apreciación al que llevó la fascinación por Francia, un manierismo infeliz del peor Rubén Darío, por lo demás, supuestamente poco seguido. En el mejor de los casos, el decadentismo se considera un momento restringido y feliz, que ayudó a visualizar y a considerar la pose propia y ajena de maneras inquietantes” Christina Karageorgou-bastea, “El pragmatismo corpóreo de Tablada” en Literatura mexicana del otro fin de siglo., p. 40
[11] Esperanza Lara Velázquez, La iniciación poética de José Juan Tablada (1888-1899), p.41
[12] Cfr. Esperanza Lara Velázquez, Op. Cit., p.41
[13] Rubén M. Campos, El bar. La vida literaria de México en 1900, p. 193.
[14] “Al pie de la escalera” que puede considerarse manifiesto estético de la Revista Azul y aparece en su primer número firmado por El Duque Job, t.I, núm. 1 (6 de mayo de 1894), pp.1-2.
[15] Mario Praz, La carne, la muerte y el diablo en la literatura romántica.
[16] Joris Karl Huysmans, seudónimo de Charles Marie Georges Huysmans (1848-1907), novelista francés. En 1884 Huysmans se separa del naturalismo y escribe À Rebours, que se considera la primera novela decadente. Habla de sueños, alucinaciones, literatura, arte, pintura y metafísica.
[17] En el Estudio preliminar al Índice de la Revista Moderna y en el Estudio introductorio a la edición facsimilar de la Revista Moderna.

2 comentarios:

Alfredo Oria Fernández dijo...

Hola. Felicidades por su blog. ¿Puede informamrme quién es el autor o cómo puede citarse? Gracias.

Anónimo dijo...

Hola. Muchas gracias por su comentario. El trabajo completo está en la página de Tesiunam:
http://132.248.9.195/ppt2002/0318360/Index.html